sábado, 20 de junio de 2009

El dia despues...

Muy temprano en la mañana fuimos acompañando a Pietro a coordinar los detalles para el Ave María de Schubert que él cantaría en la Misa del Peregrino de este día. Todos estábamos nerviosos (¡cómo habrá estado Pietro!) pero a la vez ansiosos de que ya llegue la hora de la misa, con este especial significado de que uno de los nuestros expresaría al Creador, a través de su canto, los más íntimos sentimientos y las más profundas motivaciones de cada uno de nosotros.

 

A la hora indicada estuvimos todos juntos en este gigante y milenario monumento de la cristiandad que es la Catedral de Santiago. El lugar se encontraba atestado de peregrinos. Todas las bancas estaban ocupadas, al igual que los pasillos y demás áreas en donde la gente tenía que estar de pie y hacer esfuerzos para alcanzar a ver el altar y seguir el curso de la celebración eucarística.

 

Nos recorrió a todos un largo escalofrío cuando la maestra de ceremonias anunció que un peregrino ecuatoriano cantaría el Ave María al final de la misa y, luego, cuando dio la bienvenida a los peregrinos presentes, nombrando en primer lugar a los 4 ecuatorianos y después, una a una, a las decenas de nacionalidades que estaban ahí representadas. Una inesperada solemnidad de la misa proveyó aún más trascendencia a la ceremonia.

 

Y luego vino Pietro. Después de la salida de pocas personas de la Catedral y de la consiguiente bulla y movimiento que eso acarrea, un silencio se regó en el ambiente que se llenó con la maravillosa voz de nuestro bicigrino. La majestuosa Catedral, todavía llena,  oía conmovida con devoción y no pocas lágrimas de propios y extraños. Al final,  un inesperado pero largo y sonoro aplauso premió la impecable ejecución. ¡Qué indescriptible orgullo! 

 

Al final, más lágrimas (ya en este momento incontenibles) que se disimulaban entre los estrechos abrazos de los ecuatorianos que, llenos de una extraña mezcla de alborozo, espiritualidad y nostalgia, cerraban con broche de oro una experiencia que marcará para siempre sus vidas.

 

Después un merecido almuerzo en una fonda gallega donde su comida típica, los albariños y los orujos premiaron a tantos días de esfuerzo e ilusión.

 

Más tarde, una parte del grupo se fue manejando cerca de 120 kilómetros a Finisterre, el final de la tierra, donde los antiguos veían como el sol se precipitaba en el insondable abismo del horizonte. Lo que nosotros vimos fue una de las caídas del sol más bellas que uno jamás haya visto, con el profundo significado de todo lo vivido a lo largo del Camino, y las preciosas notas de “Oh, sole, oh sole mio…” con las que de pronto Pietro volvió regalar a propios y ajenos, inundando la inmensidad del momentocon el acompañamiento de las olas que se estrellaban en el rocoso peñasco donde termina Europa.

 

Adiós, Apóstol Santiago, pero solamente hasta la próxima.




Con todo nuestro amor, para:

Lorena, Michela, y Antonio Giacometti

Cecilia y Veronica Paez

Marilu, Priscilla, Michael, y Emily Wells

Gabi, Juan Fran, Joaquin, y Valentina Paez




Buen Camino!

1 comentario:

  1. Todavía seguimos con ustedes. La conclusión del día después es, en efecto, el broche de oro de la peregrinación. Recuerdo imborrable en sus vidas y también en las de todos los parientes y amigos que les queremos bien. Reciban un abrazo de Ceta y Pili.

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